Eran huérfanos, jóvenes y estaban enamorados. A ella le hubiera gustado ser una sirena, disfrutaba nadando libre como los peces, se pasaba horas y horas bajo las aguas, pero nunca se apartaría de él, porque él sería su delfín. Bajo las aguas estarían juntos, nadarían, jugarían, bajo el mar vivirían para siempre unidos…

Durante el día, el chico salía a la mar, acompañaba a un viejo y malhumorado pescador que le ordenaba trabajos duros y poco agradables. Ella vivía en una casa vieja y deslucida, cuidando de su vieja tía que tan sólo le permitía salir para ir al mercado o a misa.

Siempre que podían se escapaban y quedaban para verse a escondidas en las rocas de la cala de Canyelles Petites, también conocidas como “brancs” y desde allí contemplaban juntos las luces y la vida de la vila de Roses. En el pueblo todos lo sabían, eran cómplices de aquella tierna pareja de jóvenes a los que llamaban la Sirena y el Delfín, porque así se llamaban entre ellos.

En verano se bañaban desnudos al atardecer, en primavera se entretenían pescando con salabres, durante el otoño se protegían el uno al otro del viento y la lluvia y contemplaban juntos cómo los duros temporales del invierno batían contra las rocas, sus rocas… su palacio.

La leyenda de la Sirena y el Delfín de Roses

Pasaron los meses viviendo plenamente su amor clandestino hasta que llegó el verano de nuevo.
Hacia mitad de agosto, mientras los habitantes disfrutaban de los bailes de la fiesta mayor de Roses, a la luz de la luna llena fueron a bañarse. Pero aquella noche la luna estaba extraña, las nubes, el color del cielo… indicaban que se acercaba una gran tormenta, rayos, truenos, en definitiva un peligroso temporal.

Le advirtió que salieran cuanto antes, la situación se estaba complicando por momentos, nadaron en dirección a las rocas pero sus cuerpos eran arrastrados por el mar con tanta fuerza que parecían dos ligeros corchos flotantes. Él consiguió subir primero, las envestidas del mar contra las rocas le causaron cortes en las rodillas y los brazos.

¡Dame la mano! ¡Date prisa! le gritaba a ella, pero era imposible fijar un pie en aquellas rocas sin rebotar contra ellas, mucho más conseguir salir si las fuerzas se debilitaban tras cada envestida del mar. Cuando por fin parecía que iba a conseguirlo, una gran ola la golpeó contra las rocas afiladas, el mar se tiñó de rojo y el cuerpo de ella, sin control, comenzó a hundirse.

No pensaba dejarla marchar, ¡eso nunca! seguiría a su Sirena allá donde fuese… y se lanzó al agua.

Algunos creen que aquella noche murieron los dos ahogados, pero los que los estimaban sabían que ambos se convirtieron en lo que siempre anhelaron, Sirena ella y Delfín él, que ahora viven juntos en algún lugar secreto bajo el Cap de Creus y , que todavía hoy, se siguen queriendo tanto como el primer día.

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