Cuando Nicolau Font i Maig posó los pies en Cuba era apenas un joven muchacho, tras su interminable viaje llegó por fin al lugar soñado por muchos, la isla caribeña, pero le bastó pocos pasos para descubrir las calles de Jaruco y echar de menos de inmediato a su estimado Lloret.
Su tío había conseguido recaudar una gran fortuna y a su muerte quiso dejar su legado a su estimado sobrino.
El joven Nicolau continuó incrementando su fortuna y despertando la envidia de medio mundo, aprendió mucho del mundo de los negocios, descubrió nuevas dotes para negociar y persuadir, por lo que en poco tiempo alcanzó una enorme riqueza.
Al cabo de los años regresó a Lloret, como hicieron otros muchos “americanos”, con semblante de triunfador y dispuesto a ostentar su riqueza y vivir de la renta de sus propiedades. Lucía trajes de elegante diseño, comía en platos y cubiertos de oro, evitaba relacionarse con los viejos amigos de la niñez y dejó de acudir a ciertos eventos que creía que no estaban a su nivel. Seguramente por este motivo fue conocido como el “Conde de Jaruco”, apodo que también dio nombre a su casa, ya que Can Font es conocida como Cal Conde.
Con tan sólo treinta años, Nicolau Font compró la finca rústica de Sant Pere del Bosc de Lloret que se había sacado a subasta en 1860 y por la que se decía pagó 200.000 reales. En su rehabilitación invirtió gran parte de su fortuna, algunos pensaron que lo hacía para purgar sus pecados y excesos, en los que gastaba descomunales cantidades de dinero.
Cuenta la leyenda que fue tan grande su devoción por la finca que quiso pavimentar el suelo con monedas de oro. Por respeto al monarca que aparecía en la divisa, solicitó su permiso y le envió una carta comunicándole su intención, al cabo de unos meses recibió su aprobación pero también le obligó a cumplir una condición, que las monedas se colocaran de canto, para que la gente al caminar no pisara la cara acuñada de su majestad.
imagen portada… patrimoni.Lloret.cat